La memoria como facultad humana

¿Dónde había dejado las llaves...?

¿Dónde había dejado las llaves…?

En Tu Espacio para Sanar hemos hablado en varias ocasiones de las capacidades humanas relacionadas con el lenguaje y la facultad de la palabra.

Hoy le llega el turno a la memoria, esa aptitud tan denostada en el presente a manos de las modernas teorías del procesamiento de la información. La tratan como si fuese un mero sistema de almacenamiento de información controlado por algoritmos.

Durante los próximos artículos de TEPS, vamos a introducir un término al que nos referiremos a partir de ahora como: «el sentido de lo práctico», relacionado con la vida cotidiana y a nuestra forma de desenvolvernos en el mundo. Por eso, hoy hablaremos de la memoria en su sentido más práctico.

La memoria es una habilidad que, como ya sabemos, se va perdiendo con la edad. De manera curiosa, esta pérdida no se refiere a todos los recuerdos, sino a los relacionados con las vivencias de la etapa presente de nuestra vida. Si bien a las personas de cierta edad les resulta cada vez más difícil (o eso afirma la cultura «general») consolidar nuevos recuerdos; sin embargo, conservan intacta la capacidad de la memoria «a largo plazo»: término cognitivo que se refiere a la facultad de recuperar sin problemas recuerdos de un pasado más remoto. De hecho, este tipo de memoria y de recuerdos parecen agudizarse en la vejez.

La ciencia actual, que a menudo se convierte en una gran dispensadora de rumores infundados, postula que la incapacidad de consolidar nuevos recuerdos se debe a la degeneración de ciertas estructuras cerebrales, a la muerte progresiva de nuestros campos de neuronas. Sin embargo, hoy sabemos que el cerebro cuenta con neuronas de sobra cuando llegamos a estas edades, entonces: ¿cuál es, en realidad, el problema?

El funcionamiento del cerebro no se basa en factores cuantitativos, sino más bien en cualitativos. Es decir, las llamadas «rutas» o «cableados neurales», rígidas en cierta medida en respuesta a lo «aprendido» —al parecer se «almacena» en el cerebro en estado de «congelación»—, no son sino una teoría aventurada (y conservadora) de las muchas que los «divulgadores científicos» vuelcan actualmente en los foros de opinión pública. Esta explicación nos parece muy reduccionista y como tal, obvia otros aspectos igualmente importantes. Hoy, en Tu Espacio para Sanar, daremos un punto de vista sobre la memoria muy distinto y alejado de estos cauces.

Como ya saben los lectores que nos siguen hace tiempo, en TEPS mantenemos que las facultades humanas son eminentemente plásticas: están disponibles para el ser humano durante toda su vida. Existe una grave objeción ante esta máxima: las facultades si no se ejercitan, se acaban marchitando y además, lo hacen de forma irremediable. De esta manera, al descuidar el ejercicio de nuestras capacidades, lo que sucede ya se acerca más a lo que propone nuestra querida y pesimista ciencia «oficial»: al envejecer, las aptitudes humanas van decayendo. Nos podemos aburrir de forma infinita si leemos acerca de los neurotransmisores, las hormonas, etc., que explican los mecanismos por los que se produce esta decadencia anunciada.

Pero volvamos de nuevo a lo que hoy queremos transmitir en TEPS: la memoria es una facultad que, a pesar de todos estos obstáculos, se puede mantener viva y plástica, incluso, en edades más avanzadas o seniles. A menudo nos aconsejan que, llegados a cierta edad, realicemos ejercicios basados en pasatiempos: sopas de letras, crucigramas, laberintos… etc., para conservar nuestras habilidades cognitivas. Desde nuestro punto de vista, quizás se trate de un consejo muy poco acertado, ya que los pasatiempos son, en realidad, «robatiempos»; y todos estos «acertijos» no forman parte de la vida práctica o real. Son como islotes en medio del mar, alejados del curso de lo cotidiano. Podemos conseguir ciertas destrezas para resolver toda clase de entretenimientos «bidimensionales» (lo que son todos estos artilugios en el fondo); sin embargo, estas capacidades difícilmente se transferirán a otros ámbitos de la vida.

Entre los años 1960 y 1970, los científicos que estaban desarrollando los primeros paradigmas de la «Inteligencia Artificial» se encontraban muy alentados con el progreso de los nuevos algoritmos «inteligentes». Su esperanza se basaba en la «habilidad» de estos sistemas para resolver… ¡test de inteligencia! Es decir, los test para medir el cociente intelectual (CI) y que tan a menudo se le atragantan al común de los mortales, estos sistemas los solucionaban con la gorra. De ahí que sus creadores dedujeran (de forma bastante ingenua a día de hoy, por cierto), que el advenimiento de la Inteligencia Artificial era inminente. Se nos antoja una perogrullada definir a un sistema inteligente como aquél que obtiene altas puntuaciones resolviendo este tipo de test. Hoy sabemos que los sistemas basados en «Inteligencia Artificial» han resuelto un número de problemas en ciertas parcelas especializadas, pero difícilmente han podido extender sus «habilidades» más allá de estos ámbitos cerrados.

Siguiendo este hilo argumental, ¿realmente ustedes creen que resolviendo pasatiempos o jeroglíficos serán más inteligentes o reforzarán su memoria? Bueno, digamos que se harán unos verdaderos expertos en crucigramas, pero poco más. En su lugar: ¿por qué no intentamos dirigir los ejercicios para «fortalecer» nuestra memoria hacia temas más productivos?

Ilustraremos esta cuestión con un ejemplo cotidiano: la compra en el super, ¿me acompañáis?

1º.- Cuando vayamos a hacer la compra, intentaremos recordar de memoria todo lo que necesitamos, en lugar de usar notas o nuestro ya ubicuo smartphone. ¿Cómo hacerlo? Usando la imaginación: por ejemplo, antes de salir de casa, podemos revisar la lista, relajados, e ir imaginando, recreando, dónde se encuentran (cada estante) lo que deseamos adquirir. Ya conocemos, más o menos, los lugares del supermercado donde se ubican los productos que vamos a buscar. Tratemos de recordar e imaginar dónde debemos ir a buscar cada cosa mientras repasamos nuestra lista.

2º.- Ahora estamos por fin en el supermercado. Para recordar la lista de la compra, vamos a usar la información espacial que nos ofrecen las dependencias. Aprovechemos aquellos productos que recordamos de forma más inmediata, y vayamos a buscarlos. Por el camino pasaremos por secciones que no están directamente relacionadas con lo que estamos buscando en esta ocasión; sin embargo, ¡como por arte de magia!, la memoria, al pasar por esos departamentos, nos va a «dar un toque» recordándonos que ahí también hay algo que comprar. Y en ese momento, recordaremos exactamente qué es.

Al realizar este tipo de ejercicio de forma habitual, podremos desarrollar un tipo de memoria denominada «espacial», relacionada con los lugares; como si los recuerdos quedasen adheridos a las cosas, esperando a que pasemos de nuevo por su lado. En realidad es una habilidad muy natural, que quizás ha estado durmiendo en nuestro interior, desplazada por las costumbres que se implantan en los tiempos modernos.

Otro ejemplo: aparcar el coche. Si os desplazáis al trabajo en coche, tanto si lo dejáis en un parking sin plaza fija, como si lo estacionáis en la calle, habréis pasado en alguna ocasión, al salir de la oficina, por el aprieto de no recordar dónde lo habíais aparcado. Y como la confusión y la ansiedad os atenazan, os ponéis a dar vueltas y vueltas por los alrededores sin éxito. En este caso, el tipo de memoria del que estamos hablando trabaja así: cuando salgáis del coche, y antes de encaminaros hacia la oficina, tratad de apartaros de las prisas y deteneros un instante a observar el lugar donde lo habéis estacionado. Fijaos en cualquier detalle y grabad los más llamativos (esto ayuda bastante). Si lo has aparcado en la calle, de camino al trabajo, observar la avenida, las aceras, los comercios cercanos, las personas, etc. Y después, olvidaros del asunto durante el resto de la jornada. Cuando salgáis del trabajo a buscar vuestro vehículo, tratar de recordar, de la forma más suave posible, todo lo relacionado con el instante de su aparcamiento, horas atrás. Acabaréis descubriendo, a base de realizar este ejercicio, que el recuerdo de dónde lo habéis aparcado, ¡viene a vosotros sin esfuerzo alguno!

Este tipo de memoria, que nada tiene que ver con «almacenar conocimientos», nos permite valernos a diario en multitud de circunstancias. Podemos adaptar esta técnica a muchas situaciones distintas. De esta manera, aprenderemos que la memoria se comporta como una especie de asistente que siempre está a nuestra disposición. Es una especie de «genio de la lámpara», esperando a escuchar nuestros deseos para complacernos.

Hay una clave muy importante que debemos percibir para poder desarrollar esta capacidad memorística: en el momento de decidir qué es lo que queremos recordar, tenemos que estar «presentes», realizar un movimiento de la voluntad que, por suave que sea, establezca una especie de vínculo entre el presente (el momento en el que establecemos lo que deseamos recordar) y el futuro (el momento en el que querremos recordarlo o recuperarlo). Visto de esta manera, la memoria se comporta como un auténtico puente temporal. Así podemos vivenciarlo y atestiguarlo si hacemos los esfuerzos necesarios.

De esta forma, la intención que debemos de realizar para memorizar algo, se traslada en realidad al propósito de «recordarnos a nosotros mismos» en el momento presente. Nos recordamos, despertamos en el presente, y la memoria hace el resto. Os animamos a que lo comprobéis con vuestro propia práctica y tenacidad.

Por tanto, la memoria, como el resto de las facultades humanas, tiene una profunda razón de ser, que se sitúa más allá de las meras necesidades de la supervivencia biológica. El acto de memorizar algo, y después recordarlo, necesita de algún tipo de intención. Y no estamos hablando aquí de la memoria relacionada con sucesos traumáticos, sino de la memoria que usamos en condiciones normales. Es decir, debemos desear guardar algo para después recordarlo.

Autor de este artículo: JuanC.
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