Prescripción TEPS 2015: «Tomarse la “Navidad” a pequeños sorbos»

Estas fechas son días espiritualmente muy significativos...

Estas fechas son espiritualmente muy significativas…

Ya están aquí de nuevo las fechas que marcan el cambio de un nuevo año. Esas dos semanas que delimitan el período que conocemos como «navideño»”, y que tantas cosas concentran. Son días muy intensos, que a veces se viven con descalabros: personales, sociales, culinarios… Es curioso cómo muchas personas detestan esta época. Pero lo cierto es que todos nos tiramos de cabeza a esta piscina, por más que rezonguemos.

Volvemos a hablar de algo que ya comentamos en relación a las vacaciones de verano («Y el verano pasa…»). Son momentos excepcionales en relación al resto del año, y es recomendable que tratemos de vivirlos de la forma más calmada posible. En caso necesario, intentando huir de los convencionalismos para preservar nuestra salud física, anímica y espiritual.

Muchos de nosotros nos sentimos especialmente tristes porque es, quizás, cuando más recordamos a los seres queridos que ya no están a nuestro lado. El mensaje espiritual de la Navidad (dejando de lado las celebraciones de fin de año) es el de la esperanza ante un nuevo comienzo, la llegada del Mesías a nuestro mundo. Trae consigo la promesa de la sanación espiritual para todos los hombres y mujeres de este mundo.

Este hecho (su comprensión), puede iluminar nuestra pena al recordar a aquellos que ya no están; incluso, darnos fuerzas para sentirlos más cerca. Podremos teñir nuestros sentimientos de cierto optimismo si intentamos no sólo añorarlos, sino recordar también los buenos momentos que pasamos con ellos. La memoria es un puente hacia el pasado, capaz de sacarnos de momentos de tristeza cuando nos lo proponemos. Hay quien pone en su mesa una copita de cava o champagne para las personas que se marcharon, y brindan con ellas como si estuvieran presentes. Es importante, para todos aquellos que creemos que existe una vida más allá de ésta, hacerles partícipes de nuestros sentimientos. Nuestra vida anímica se sana y aprendemos cómo encontrar en nuestro fuero interno a los que ya no están presentes, que es lo que realmente importa.

Es posible que, merced a este hecho, nos volquemos en los aspectos más materialistas de estos días: comienzan las interminables comidas y cenas. De manera que uno puede llegar al día de los Reyes cansado y deseando que termine la «maratón». La insistencia en llevar a cabo estas «bacanales» puede acarrearnos problemas de salud, si no somos capaces de moderarnos un poco. Las cenas, en especial, tienen más peligro. Es la comida del día que tendría que ser más ligera, pues el cuerpo se está preparando para el descanso nocturno, y lo que menos necesita es una digestión intensa. Con el añadido de alimentos que no comemos de forma habitual, por lo que podemos poner a nuestro cuerpo en graves aprietos, máxime cuando acompañamos este «disfrute nocturno» con ingesta de alcohol. Los problemas pueden estar servidos: subidas fulminantes de tensión, de glucosa en sangre, accidentes cardiovasculares…

Seguro que más de un lector, en estos momentos, nos está tachando de agoreros: «me estáis amargando la poca ilusión que tengo para pasar (sobrevivir a) las Navidades». Pero lo cierto es que nos podemos jugar la salud (ese bien que nos debería durar lo máximo posible) por una excepción, por un par de noches «locas». Una alternativa más saludable (y razonable) sería, quizás, «recuperar» para las comidas del día siguiente, cuando el cuerpo tiene mayor capacidad de resistencia ante los excesos alimentarios, aquello con lo que no hemos podido excedernos en las cenas. Nos viene a la cabeza una frase típica de estas ocasiones: «Un día es un día». Y sin ánimo de ser funestos, insistimos: las urgencias médicas están llenas en estas noches clave de los defensores de esta postura.

No deseamos ser mal interpretados, por favor. Desde luego que podemos (y debemos) disfrutar de la comida en estas fechas en la forma y medida adecuadas, por qué no. Ya que no se trata de un placer del que tengamos que desprendernos, forma parte de las cosas buenas de la vida. Es más, son momentos muy apropiados para preparar y disfrutar cocinando los platos que nos gustan. Podemos sacar partido de esta circunstancia en lugar de hacer que se vuelva en nuestra contra.

También relacionado con los «debes» y «haberes» navideños, se suman los problemas que afloran cuando en estos eventos nos juntamos con personas con las que el resto del año apenas tenemos contacto, y es más, con las que las relaciones van un poco «a rastras». Por el imperativo categórico de que estos días hay que juntarse con la familia, se pueden forzar situaciones bastante tremendas. Podemos terminar involucrados en discusiones a brazo partido, a raíz del motivo más nimio, normalmente porque las conversaciones derivan hacia temas «sensibles», como la política, los deportes, ¡o vaya Ud. a saber! En esos momentos se desata un auténtico «juego de espejos» en el que nos relacionamos con nuestros familiares o amigos a través del doble, ese aspecto anímico-espiritual que concentra todos los rasgos negativos que vemos reflejados en el otro, y que también pertenecen a nuestra parte más «sombría». En estas circunstancias, es difícil evitar una discusión, el «choque» de negatividades está asegurado.

Cuando una crisis así aflora en fechas tan especiales, en lugar de dejar que la «sangre llegue al río», lo más recomendable para preservar nuestra salud (sobre todo vesicular) sería cortar por lo sano, abandonar el campo de batalla en ese mismo instante. Lo más difícil es que si nosotros somos los anfitriones y estamos en nuestra casa, no tenemos escapatoria.

Por todo ello, se impone valorar, antes de que lleguen estos días, si merece la pena arriesgarse a pasar por estas situaciones, o si por el contrario, optamos por celebrar estas fechas en compañía de la familia que nosotros hemos escogido (nuestra pareja e hijos), y evitar reuniones que puedan acabar como «el rosario de la Aurora». Hay expertos que recomiendan evitar conversar sobre ciertos temas en estas reuniones, para no tentar a la suerte. Bien, esto puede conducirnos a una velada «políticamente correcta», pero fría como un témpano. Es necesario que tratemos de valorar lo que realmente importa, las posibles consecuencias de nuestras decisiones, y que seamos valientes al rechazar los convencionalismos sociales si es necesario.

Y sobre todo, amigos y amigas seguidores de TEPS, si hay niños delante, ¡intentemos evitar estas situaciones al máximo! Discutir delante de nuestros hijos sin motivo justificado, y más si aún son pequeños, es un acto tremendamente egoísta, ya que su capacidad de comprensión no está todavía desarrollada, son pura emoción. Es en ellos en quienes tenemos que pensar primero y por encima de todo lo demás.

Sería encomiable vivir las Navidades a través de los ojos de nuestros hijos o nietos, los que todavía están en edad escolar, esa época extraordinaria en la que aún disfrutan de las tradiciones de forma inocente. Uno de los pasos más claros de la infancia, al inicio de la adolescencia, es cuando se nos cae la venda de los ojos respecto a la verdadera historia y razón de ser de los Reyes Magos. En cierta manera, el mundo se descompone, pierde esa parte mágica que nos hacía sentir la realidad con otro ánimo. A partir de esta experiencia, puede instaurarse en nuestra alma la semilla de la hipocresía y del escepticismo, que parece ser moneda de cambio en la actualidad. Por eso muchos padres se oponen a crear estas figuras en el alma de sus hijos, y prefieren explicarles la vida «tal y como es».

En general, los psicólogos y todos los profesionales relacionados con la infancia, albergamos la certera creencia del error que supone desplegar esta actitud, ya que de esta manera privamos a la infancia de una de sus partes más bellas. La fantasía creativa en los adultos bebe de las aguas de las fantasías vividas en la infancia. La cuestión está en cómo contarles a los niños (si es que ellos no lo llegan a descubrir antes) que los Reyes Magos, o Papá Noel para el caso, hemos sido nosotros. Podemos decirles, incluso, que este papel lo hemos vivido con gran orgullo y dedicación, que es una tarea que los Reyes Magos nos otorgan a los padres, confiando en que depositemos en ello nuestro amor y entrega. Todo encaminado a no defraudar la confianza de los más pequeños hacia nosotros. Desde este punto de vista, las Navidades, la Navidad, puede ser muy distinta.

Recuerdo con gran cariño cómo en mi casa, siendo siete hermanos (tres chicas y cuatro chicos), nuestros padres se las apañaban para hacer que los regalos de los Reyes Magos aparecieran como por arte de birlibirloque después de la cena. Nunca sospechamos que fueran ellos los que lo preparaban todo, los que buscaban con muchísima ilusión los juguetes que habíamos pedido en la carta, que luego colocaban de manera tan bonita (el salón de mi casa parecía una juguetería…). Y cuando los hermanos mayores nos íbamos enterando de «la verdad», en lugar de romper la ilusión de nuestros hermanos pequeños, ayudábamos a nuestros padres a prepararlo todo, con tanta o más ilusión que si nuestras creencias todavía persistieran.

Disfrutad pues de esta Navidad, Sanadores, la que despide este año 2014, y haced un pequeño hueco para preparar el Belén, que el Niño ya está a punto de llegar.


Autor de este artículo: JuanC.

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