Sanando Nuestra Relación Con Los Alimentos: «No Estoy Gorda, Solo Llenita de Amor…»

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Pintura: «Bones» por Charlotte.

 

En España, más de medio millón de personas padece Trastornos de Alimentación. La mayoría de ellos provienen de los dos principales: el binomio «Anorexia-Bulimia Nerviosas». Incluso, hace una década comenzaron a diagnosticarse casos de Anorexia Nerviosa en niñas de tan solo nueve y diez años.

El término «anorexia» proviene del griego y significa una negación (a/an) del apetito, hambre o deseo «órexis» (apetito, hambre; deseo). «Bulimia», sin embargo, significa en griego: «muy hambriento» (βούλιμος).

En la Anorexia se rechaza la comida porque existe un miedo obsesivo y patológico a engordar y ganar peso con cada gramo que se ingiere. En la Bulimia, la persona come compulsivamente (siente un hambre exagerada que no logra satisfacer) para luego provocarse el vómito por culpabilidad y miedo a engordar. En ambos casos existe el riesgo de llegar a estados graves de inanición o situaciones de gran debilidad ocasionadas por una escasa ingesta de nutrientes esenciales.

En algunos manuales de psicología se dice que la Bulimia Nerviosa es un síntoma (o raíz) de la Anorexia, que sería el trastorno o tronco principal de la patología. Sin embargo, y de forma muy parecida al continuo «Ansiedad-Depresión», creo que ambos estados tienen su propia identidad, ya que las personas que los padecen responden a trastornos, causas y perfiles personales diferentes, pese a compartir el eje central: Fobia (miedo exagerado e irracional) a engordar y distorsión de la imagen corporal.

En la Edad Media, una época en que los valores religiosos estaban muy arraigados en las personas, la anorexia era vista como una meta espiritual a alcanzar. De hecho, se habló de la santa anorexia y del ayuno ascético en un período histórico en el cual se perseguía con frecuencia la búsqueda de las virtudes espirituales mediante la mortificación del cuerpo.

Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis, investigó este comportamiento en las jovencitas de su época y llegó a la conclusión de que la «Anorexia Nerviosa» se relacionaba con una forma de melancolía en la que quedaba bloqueada (o estancada) la realización de una sana identidad sexual.

En términos generales, se ha constatado que las personas que padecen estos trastornos, la mayoría mujeres en la etapa de la pubertad, tienen muchos problemas afectivos relacionados con el rechazo social o el abandono familiar. Dificultades que se alzan como las primeras responsables de los estados depresivos y de la ansiedad asociadas a ambos. Se ha observado también, en una gran mayoría de casos, que las afectadas se ven inmersas en una difícil relación con su madre que, por otro lado, suele responder a un perfil de persona rígida, exigente, perfeccionista e intolerante en las interacciones familiares. De ahí la presión que siente una hija que siempre quiere estar «físicamente perfecta» para que su madre, por la que se siente juzgada y rechazada, no la abandone.

Nunca olvidaré la sinceridad de aquella frase que me dijo una adolescente que padecía Anorexia, y que conocí en uno de los primeros colegios en los que colaboré como Psicóloga Educativa. Cuando le pregunté por sus motivos para querer estar tan delgada, sin apenas pestañear, me contestó: «… para que me quieran… sobre todo mi madre que me ve horrible»

Sin embargo, en otros casos, los trastornos responden más al menosprecio que le llega de su entorno social más próximo y que les conduce a castigarse (inanición-vómitos) por un grave problema con su propia estima. Asocian delgadez con éxito y fama, con la necesidad de sentirse queridas y admiradas por las personas que les rodean, o con el deseo de integrarse y formar parte de un determinado grupo.

De cualquier forma, para poder tratar convenientemente ambos trastornos, es muy importante, necesario y decisivo tener una idea clara de las causas que han llevado a cada persona a padecerlos. Es decir, no basta con tener un conocimiento general de éstas, se requiere un estudio minucioso y personalizado, ya que cada persona es una isla en sí misma y los condicionantes y ambientes sociales pueden ser muy distintos en cada caso.

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Hace tiempo cayó en mis manos un artículo muy interesante, en el que se hablaba de la «Oxitocina», la hormona responsable de las contracciones del parto, como la hormona del amor. La oxitocina es una hormona sexual que se libera de forma natural durante el parto y la lactancia, y en dosis más pequeñas en las relaciones sexuales placenteras (sexo con amor). Se la ha relacionado con el afecto y como un producto sintetizado se ha probado en el tratamiento de algunos trastornos psiquiátricos. Se ha demostrado, por lo visto, que la hormona aporta sus beneficios en la reducción de la ansiedad social en las personas con autismo, por ejemplo. También ha conseguido interesantes resultados con pacientes anoréxicas. Me llamó la atención este artículo porque enseguida me vino a la memoria una entrañable imagen de Mafalda en la que expresaba: «No estoy gorda, solo llenita de amor.»

Entonces… me pregunté: ¿sería posible que si estas personas se sintieran amadas y aceptadas (social y familiarmente) en plenitud, fueran capaces de abandonar su insana relación con la comida, la percepción distorsionada de su cuerpo (imagen) y su comportamiento dañino y obsesivo de culpa-castigo?

Pero todos sabemos que un medicamento o producto químico proporciona una ayuda pasajera en los casos más graves y que no se pueden crear estados de dependencia físico-emocionales hacia el mismo. No nos pueden inyectar, inhalar o hacer tragar algo que no recibimos de nuestro entorno de forma natural: ¡el amor no se ingiere! Por ello, lo esencial es enseñar a estas personas nuevas pautas que les ayuden a relacionarse de forma saludable con su gente y con el medio que les rodea. Pero sobre todo, que se sientan amadas por los que aman.

Lo primero y más básico: que adquieran una profunda motivación en su deseo de cambiar, de desarrollar relaciones que ellos perciban de apoyo social y no de prejuicio y rechazo. Que aprendan que todos damos Amor y recibimos Amor por lo que representamos como seres humanos, no por nuestras cualidades físicas. Lo importante es lo que hay debajo del envoltorio; al fin y al cabo, las cajas, el papel y todas las moñas que lo acompañan no constituyen la sorpresa. Cada uno adquiere un cuerpo que debe cuidar casi con el mismo celo que lo hace de su casa, y casas hay de muchas formas, tamaños y decoraciones, igual que ocurre con los cuerpos.

Es muy importante también, trabajar las emociones más negativas, que tomen consciencia de ellas y aprendan a aceptarlas, el siguiente paso sería gestionarlas por otras más sanas y plenas en el difícil trabajo de volver a crear una autoestima saludable.


 Autor de esta entrada: © Mar Cano. Psicóloga de  «Tu Espacio para Sanar-Psicología Alternativa», Logopeda y Escritora.

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