La Mentira en relación al Yo

Pintura sobre asfalto de Kurt Wenner: nada es lo que parece.

Pintura sobre asfalto de Kurt Wenner: nada es lo que parece.

Hoy planteamos un tema que para muchos resultará, incluso, infantil en su desarrollo; con el transcurrir de los años parece que dejamos atrás aquel mandamiento que nos inculcaron mientras aprendíamos el catecismo: «No mentirás».

Durante la adolescencia, afrontamos aprendizajes que nos impulsan a independizarnos de los pretendidos castigos divinos, esos que nos aplicarían en caso de no obedecer las directrices que fueron inculcadas en la infancia. Así, poco a poco, nos alejamos de estos miedos y responsabilidades no contraídas voluntariamente. Y una de las cosas que vamos dejando atrás, más por este efecto «rebote» o reactivo mencionado, es el control sobre cuándo decimos la verdad y cuándo mentimos. Y es en el transcurso de la pubertad (algunas personas, incluso, comienzan antes), cuando más nos vemos tentados a usar la mentira para esquivar o desviar las responsabilidades que nos cargan encima nuestros padres o tutores. Compromisos sobre nuestros estudios, sobre lo que hacemos cuando no estamos en casa, sobre nuestra sexualidad… En el fondo, está relacionado con la construcción de un espacio privado que resulta necesario para la «edificación» de la persona.

Sin embargo, pasada la adolescencia, la mentira adopta otro papel; cuando nos enfrentamos, como adultos, a obligaciones que hemos adquirido de forma consciente (al menos, en teoría) en relación a nuestra vida social, al entorno laboral, a la convivencia en pareja, a los propios hijos…

La función de la mentira en la adolescencia puede tener un «tinte benéfico», siempre y cuando no se excedan ciertos límites. Además, muchos padres saben cuándo y porqué sus hijos les mienten, y son capaces de hacer un seguimiento de la situación para impedir que las cosas se acaben complicando. No obstante, para los adultos, la práctica de la mentira ya raramente tiene este tinte, salvo en contadas ocasiones.

Entonces, ¿por qué elegimos este camino de tergiversación de la realidad, al parecer, como única alternativa posible? Sin entrar en consideraciones morales, aquí, en Tu Espacio para Sanar, vamos a hablar del papel de la mentira en relación al desarrollo del Yo. Evolución que, a pesar de lo que algunos teóricos piensen y manifiesten, no se detiene en su expresión a lo largo de toda la vida. Aunque puede estancarse e, incluso, atrofiarse, también puede conducirnos a atravesar etapas nuevas y desconocidas (por insospechadas) en el último tercio de nuestras vidas.

Muchas personas «valoran» sus mentiras de forma muy liviana: cuando se las descubre en una, intentan «salir airosos» inventando otras nuevas para justificarse y tapar «el bache». El problema es que, al final, uno pierde la noción de lo que es verdad o mentira, y la memoria acaba siendo de poca ayuda. En relación al desarrollo del Yo esto supone, sencillamente, una barrera; dado que éste, si hablamos en términos espirituales, está basado en la Verdad, como principio cósmico (1). Se cimenta en el tejer de los sucesos cósmicos, donde la mentira no existe. La mentira, hablando en un sentido espiritual, supone la negación de la realidad y de su acontecer. Si uno miente en relación a sí mismo o a los demás, se está apartando, en alguna medida, del devenir de la existencia real.

Para su crecimiento, el Yo necesita sintonizarse con la sucesión de los hechos. La vida humana forma parte de esta realidad que llamamos cósmica, si bien es cierto que lo realiza a su propia escala. Practicar la sinceridad forma parte de los pasos cotidianos de una persona que quiere devolver amor al mundo, en agradecimiento por lo que éste le entrega a diario. Actuar por el lado contrario, nos aísla de la vida y nos envía, por así decirlo, a otra dimensión (¿una cárcel?).

En una «realidad» cotidiana, donde la mentira aparece por doquier, sobre todo en relación a los medios de comunicación y a las noticias: ¿qué ventajas podemos obtener si nos esforzamos en no mentir de forma usual? Al practicar ejercicios de sinceridad, el alma va sanando progresivamente. Creamos o no, siempre hay una parte en nuestro interior que añora la vivencia de la verdad, que transita triste, porque su búsqueda supone, de hecho, que sintamos dicha por estar vivos. La sanación progresiva del alma, por otro lado, conlleva la del propio cuerpo físico y el alejamiento de enfermedades graves y/o crónicas. Es un proceso largo pero eficaz, y tan real como lo es la luz del sol que nos alumbra.

A continuación y de forma abierta y libre, os proponemos algunos ejercicios sobre la práctica de la sinceridad:

  1. Sinceridad en la palabra. Pensemos que detrás de cada «Palabra» se esconden realidades espirituales. No las usemos, por tanto, como medio para confundir a los demás ni a nosotros mismos. Tratemos de alejarnos de la práctica del parloteo, tanto externo como interno. Al hablar de más, sin duda acabaremos diciendo «simplezas». Seamos conscientes, por tanto, del valor de las palabras, usémoslas para hablar de la realidad y evitar la no-realidad (2).
  2. Sinceridad en los sentimientos. El «sentimentalismo» es una cosa y los sentimientos, otra. El primero lo creamos como ayuda para afrontar verdades que no nos gustan; los sentimientos se relacionan, una vez más, con la realidad, muchas veces de forma incómoda. Intentemos abandonar los sentimentalismos: es preferible que no tengamos sentimientos definidos en relación a una situación o a una persona, que acabar fingiéndolos (las famosas «lágrimas de cocodrilo» son un ejemplo de esto).
  3. Sinceridad en los pensamientos. Probemos a dejar florecer reflexiones relacionadas con los aconteceres Cósmicos y de la Naturaleza: los ciclos del día y la noche, el movimiento del cielo nocturno, las estaciones, la vida vegetal y animal en relación a éstas, etc.; como forma de contrarrestar los pensamientos excesivamente fríos y racionales (mentales), propios de nuestra época. Si conseguimos practicarlo por costumbre, acabaremos conectando (sintonizando) con el mundo. Entonces aprenderemos a distinguir fácilmente la verdad de la mentira; ya que es desde nuestros pensamientos como verdaderamente podemos llegar a percibir la realidad.
  4. Sinceridad en las relaciones sociales. Seamos conscientes de no caer en la tentación de manipular a otras personas con la mentira para nuestro beneficio egocéntrico. Intentemos no engañar a nuestros hijos con falsas promesas para complacer sus peticiones, tarde o temprano descubrirán que les mentimos y comenzarán a practicar las mismas tácticas (nunca olvidemos que somos verdaderos «modelos de conducta» para ellos). Abandonemos ese quimérico deseo de «llevarnos bien con todo el mundo», sencillamente no es posible y además, es la raíz de que la mayoría de las relaciones se basen en la falsedad y se sustenten en un cínico sentimentalismo. Por el contrario, probemos a dar valor a la sinceridad y al auténtico cariño en nuestras relaciones de amistad, en lugar de perseguir un gran número de entradas en la agenda de contactos. Y si tenemos una relación de pareja, alejémonos del concepto de «Sociedad Limitada» con el que la vida moderna ha pretendido engatusarnos, ¡nuestra vida con otra persona no es ningún negocio! Si hay algo más bonito que el desarrollo del propio Yo como proceso vital, es el desarrollo del Yo de nuestra pareja, apoyándose en el nuestro (y viceversa). Para que esto sea posible, la práctica de la sinceridad es imprescindible.

Para finalizar, una pequeña «anotación al margen»: humildemente creemos que la práctica de la sinceridad no implica, el soltar, a modo de andanadas, «las verdades» a todo el mundo. Hay personas que se nos presentan como «muy sinceras» y te pasan el «rodillo» en cuanto se les presenta la ocasión. Se imponen la prudencia y la mesura, y, por supuesto, el respeto por el espacio interior de los demás.

Y para finalizar, os dejamos con esta cita de Rudolf Steiner extraída de una conferencia en la que disertó sobre la verdad (3):

«La verdad es la conductora de los hombres hacia la concordia y la comprensión mutua. Así, también es la que prepara la justicia y el amor; en consecuencia deberíamos cultivarla, en tanto que el otro precursor, conocido ayer (“la ira”), debe de ser vencido, si es que nos ha de conducir más allá del egoísmo. Esta es la misión de la verdad, que la amemos cada vez más y más y que la podamos acoger y cultivar en nosotros mismos. En tanto nos entregamos a la verdad en nuestro yo, este se fortalece cada vez más y de ese modo nos liberamos de nuestro propio ser. Cuanto más desarrollamos la ira en nuestro propio ser, tanto más la debilitaremos; cuanto más desarrollemos la verdad en nuestro propio ser, tanto más la fortaleceremos. La verdad es una diosa severa, que por ello exige que sea colocada en nuestro propio ser en el centro de un amor exclusivo. Cuando no logramos liberarnos de nosotros mismos y le oponemos a la verdad otra cosa, colocando otra cosa por encima de ella, ella se venga de inmediato. El poeta inglés Coleridge pronunció una sentencia que puede ser característica para la manera en que el hombre debe situarse frente a la verdad. Dice: “quien ama el cristianismo más que a la verdad, pronto verá que prefiere su secta cristiana al cristianismo, y que se ama más a si mismo que a su secta”».


(1)   Un “Principio Cósmico”, en el sentido que le damos en este artículo, hace referencia a una fuerza principal sobre la que se cimenta, junto a otras igualmente importantes, el devenir cósmico y espiritual. El ser humano no puede entrar en contacto directo con La Verdad. Por el contrario, deberá aspirar por siempre a aproximarse a ella, de manera cada vez más perfecta. Otros principios semejantes son La Justicia o La Belleza. Los sistemas legales formulados por el hombre están en constante renovación, atraídos eternamente hacia el ideal de La Justicia.

(2)   En modo alguno estamos negando el papel tan importante que supone la fantasía en la vida humana, como “madrina” y fuerza creativa en todas y cada una de las Artes. Pero como cualquier artista sabe, la fantasía tiene sus propias reglas, que hay que respetar para que ésta acabe “descendiendo” a nuestro mundo en forma de creación artística.

(3)   Rudolf Steiner: «La misión de la verdad (la Pandora de Goethe)», conferencia impartida en Berlín, 22 de octubre de 1909. Publicado en castellano por Editorial Antroposófica

Autor de este artículo: JuanC.
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