Salutogénesis Pospandemia

Estamos viviendo un año radicalmente distinto. Desde que el gobierno anunció el estado de alarma y el obligatorio confinamiento, nuestra realidad ha cambiado a un escenario donde debemos mantener unas medidas de higiene y prevención. Y en toda experiencia humana se hace necesario elaborar una praxis que nos vincule con todo lo que hemos aprendido, y digo todo, porque las vivencias difíciles van más allá de lo bueno-malo, positivo-negativo… Por ejemplo, la distancia de seguridad nos protege, nos une en la prevención de la enfermedad, pero marca una separación que nos enfría el corazón. Aún así, y más allá de esta constatación, se despliega para todos nosotros la genuina oportunidad de superación personal por confrontación con verdaderas dificultades. Ahora toca hacer balance de lo aprendido, porque la flexibilidad y elegir cambiar la perspectiva son cualidades que debemos cultivar para salir reforzados y resilientes de la adversidad.

La mayoría de nosotros ha crecido en una sociedad que premiaba-reforzaba a los que seguían trabajando con fiebre: “¡menudo gripazo te has pillado, colega!”, mientras el colega tecleaba y estornudaba a ritmo frenético. Los que se quedaban en casa eran unos caraduras, carne débil de este cañón de mundo: “¿Por unas décimas, algo de tos y unos pocos mocos te quedas en casa?”. Hemos pasado de la mentalidad herculeana de currar con la nariz como un pimiento, a mirar de soslayo al mínimo estornudo, carraspera o tos insistente. De un extremo del baremo al otro. Bueno-malo.

La Salutogénesis, término que acuñó el médico y sociólogo Aarón Antonovsky en las últimas décadas del siglo XX, significa, en esencia, Génesis de la Salud. La salutogénesis trae en sí, una nueva mirada, un nuevo paradigma en lo que a la salud se refiere, y surgió como contraposición a lo que durante los últimos siglos la medicina tuvo como vector hegemónico: la búsqueda de la enfermedad, el origen de las dolencias: la “Patogénesis”. Y mientras la visión patogénica se pregunta por qué nos enfermamos, la Salutogénesis se pregunta cómo podemos mantener la salud, o si existen fuentes de salud en cada individuo. ¿Porqué en las mismas circunstancias una persona puede mantenerse sana y otra no? Según los parámetros de la Salutogénesis deberíamos enfocar nuestra mirada en las personas que tienen y mantienen una buena inmunidad durante una pandemia.

La medicina ha dedicado durante siglos todos sus esfuerzos a buscar las causas de las enfermedades. Sin embargo, este planteamiento trajo como consecuencia la pérdida de la visión integral del ser humano. Así, aquello que constituye el potencial curativo de cada uno, sus fuerzas de salud, es decir la propia capacidad salutogénica, dejó de ser materia de estudio, pues fue avasallada por la búsqueda de lo que era capaz de enfermar al hombre, sea esto de origen viral, bacteriano, inmunológico, genético, congénito, adquirido, etc. El concepto de prevención de la enfermedad, en el sentido de la patogénesis, significa evitar, excluir factores que producen enfermedades. La promoción de la salud en el siglo XXI y el desafío que conlleva, se ha ido olvidando en pro del enfoque materialista de la “curación” de las “partes enfermas”.

Sin llamarlo por su nombre, en las redes sociales y en absolutamente todos los medios de comunicación, nos han estado recomendando salutogénesis durante el confinamiento: haz ejercicio moderado, come sano y casero, toma vitamina C, duerme las horas necesarias, separa el teletrabajo de las horas de ocio… Y, al estar metidos en casa por miedo al contagio, le hemos visto las orejas al lobo y seguido los consejos a pies juntillas. ¿Y antes de declararse la pandemia, cuántos se planteaban este autocuidado que promueve la salutogénesis? Y voy más allá con mis preguntas: ¿alguien sabe que significa el autocuidado integral?

Parece ser que la olvidada salutogénesis concedió más peso a la salud física, dando por sentado que si tenemos salud en el cuerpo también la tendremos en la mente y el corazón. Pero esto no es del todo cierto. Es más, el autocuidado físico y psicológico deberían ir de la mano. Tenemos mucha información para cuidar nuestro cuerpo, pero no lo tenemos claro con respecto a nuestra salud mental. Deseamos que el médico nos “quite” el dolor de huesos, e igualmente, que el psicólogo nos “quite” el malestar del alma. Crecemos en una sociedad que no nos enseña o instruye en el autocuidado integral. Nos hacemos dependientes de otras atenciones y esperamos que sólo “los que saben” nos den opciones, consejos, ¡su energía!, para sanar nuestros desequilibrios.

Cuando, trabajando con una persona, llegamos a la raíz de una autoestima muy dañada, le hablo del autocuidado promovido por las “terapias de compasión” del Mindfulness (mucho más que una moda). Una de las alternativas propuestas por estas terapias de tercera generación, para contrarrestar la tendencia al egocentrismo, es el cultivo de la compasión: una actitud que tiene sus raíces en lo que experimentamos cuando nos ponemos en el lugar de otra persona que sufre y sentimos deseos de ayudarla, y no pena por ella.

Algunos psicólogos afirman que trabajar la autoestima es ahondar en el egosistema o motivación dirigida por el ego. Sin embargo, trabajar la autocompasión es profundizar en el ecosistema o en una motivación más prosocial, no tanto dirigida hacia sí mismo. Por tanto, la predominancia de la motivación por el ecosistema ofrece ventajas, no solo para el grupo sino también para el individuo, ya que mejora la salud física y psicológica. Además, hay investigaciones recientes que sugieren que cuando las personas tienden a buscar no solo su propio interés, sino también el respeto, el apoyo y la compasión hacia los demás, paradójicamente consiguen una mejor satisfacción de sus propias necesidades fundamentales y experimentan mayor bienestar.

En el budismo se usa la analogía de las dos flechas (Sallatha sutta). La primera flecha, dice, es la flecha del dolor. Es inevitable. El dolor es inevitable, sea la agonía de un insomnio o el dolor de las lumbares o el descontento de no haber pasado el examen de conducir. Si practicamos la Atención Consciente (mindfulness) podemos entrenarnos para sentirlo y sobrellevarlo, ser consciente de ello. Pero usualmente, sigue diciendo el budismo, nos disparamos una segunda flecha: la flecha de nuestra reacción a la primera flecha. Tan pronto como hacemos eso creamos más sufrimiento para nosotros mismos. El «sufrimiento/experiencia primaria» es la primera flecha. Por ejemplo: el dolor físico o las circunstancias estresantes son la primera flecha, la flecha de la actitud o manera habitual con la que nos relacionamos, de no-aceptación, y que genera la segunda flecha o «sufrimiento/experiencia secundaria»: todas nuestras reacciones habituales ante estas experiencias difíciles, como son la tensión física, la ansiedad o pensar de forma negativa.

A las personas con las que trabajo les intento transmitir que el Mindfulness y el autocuidado nos ayudan a encontrar maneras de convivir con las dos flechas aprendiendo, con aceptación y amabilidad, a estar despiertos en el momento presente; incluso si incluye dificultades, de modo que tengamos más libertad de elección acerca de cómo responder dentro de una experiencia más amplia, para intentar vivir con más ecuanimidad y estabilidad emocional.

Quizás una salutogénesis pospandemia debería incluir un autocuidado integral. Una atención que nos enseñara el valor de depender sólo de nosotros mismos a la hora de tomar decisiones que tengan como primera opción elegir la salud de nuestro ser integral: cuerpo, mente y corazón.

Autor de esta entrada: ©Mar Cano Montil. Psicóloga, Experta en Mindfulness, Bienestar Emocional y ACT. Escritora de «Psicología Integrativa: Tu Espacio para Sanar». 

Advertencia: las imágenes de esta publicación han sido extraídas del banco de imágenes de Google. Si el autor/es no estuvieran de acuerdo con su inclusión, les rogaríamos nos lo hicieran saber a la mayor brevedad: consultas@tuespacioparasanar.com. Gracias.

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