«Destruir un mito no es negar los hechos, sino reubicarlos.» Gilbert Ryle, "El concepto de lo mental".
Aviso a navegantes: Esta reseña constituye una opinión muy personal. En ningún caso trata de crear falsas expectativas al lector. Los pequeños textos que aparecen, resúmenes extraídos del personaje principal, son expresiones que deben escucharse en el contexto de cada capítulo y, por tanto, no pretende ser contenido generador de spoiler.
En esta ocasión os traigo una reseña sobre una serie que me ha tenido enganchada a lo largo de este año. Se trata de In Treatment (traducida en España y en Hispanoamérica como “En terapia”). Una serie de televisión estadounidense de HBO producida por Mark Wahlberg, basada en la galardonada serie israelí BeTipul בטיפול («en terapia», en hebreo).
Durante las primeras tres temporadas (las que he visto hasta ahora), Paul Weston (Gabriel Byrne), un prestigioso psicoanalista de mediana edad, confronta verdades incómodas de su propia vida en el día a día de la interacción con sus pacientes y en su propia supervisión como terapeuta.
(…) Tengo 57 años y he perdido el rumbo… Necesito parar (…) Es fácil desde tu asiento sacar conclusiones, tergiversar la realidad, tú no ves la complejidad… estás ahí sentada, toda engreída, sintiéndote superior y muy lejana, como una reina de hielo, freudiana, convencida de que soy una especie de lisiado emocional… Esto es ridículo, es cruel y narcisista…, es una gilipollez de mierda, todo está diseñado para dar poder y entusiasmo al doctor tipo «esfinge» a costa del paciente humillado(…) Podríamos seguir años así… ¡es muy doloroso! [1]
Con estas palabras, casi literales, confronta Paul Weston la psicoterapia clásica, la de la distancia y el diván, con una terapia más humanista, compasiva y cercana basada sobre todo en la humildad y la empatía, y a la que él mismo se ha visto abocado por su propio devenir como terapeuta. La psicóloga con la que trabaja en la que será su última temporada, para él y para su consulta, llama “identificación” a la empatía que Paul refleja en sus pacientes. Vincula el motivo de su crisis profesional a su excesiva implicación e intimidad con ellos, tratándolos como amigos con los que se toma un té o como a niños indefensos.
No puedo mirar la transferencia o contratransferencia como algo revelador… es demasiado confuso para mí (…) ¿Relación, dices?, ¡no hay ninguna relación entre nosotros, ha sido creada en esta consulta, por el artificio de la terapia, y ya no sé si creo en ese artificio porque no puedo distinguirlo de la realidad![2]
En Terapia cuestiona la psicología y las terapias de primera y segunda generación, lo que siempre nos han transmitido autoridades en la materia: debes crear un espacio y establecer una distancia con el cliente o paciente. Pero ese rellano, esa tierra de nadie, ha resultado muchas veces demasiado amplio y muy poco instructivo.
En la universidad me costaba creer que acertar un diagnóstico era más importante que empatizar con nuestros pacientes o clientes. Desde bien temprano me revelé contra todo aquello, modelos impuestos y bien atornillados solo porque la Psicología también quería participar de su ansiada credibilidad científica.
Más tarde, y durante la travesía de mi propia experiencia como psicoterapeuta, he ido comprobando como esa vehemencia de juventud ha cedido el paso a un pensamiento que desea abrazar, profundizar y comprender toda la andadura de esta gran maestra que es la Psicología. Un sentimiento que tiene la certeza de que todo lo que se ha recorrido en mi profesión es perfectamente compatible e integrable, ese todo suma que abandera el camino de la comprensión.
Sin embargo, a la serie no le falta razón al poner sobre el tapete la dualidad de los modelos psicológicos, ese trasfondo que sigue latiendo y que en algunos terapeutas provoca un choque profesional y una disociación personal al separar aquello que su instinto les conduce a integrar. Es el mismo sentir y hacer de nuestros maestros humanistas, como describe tan acertadamente Frank Ostaseski, profesor de budismo, en su libro “Las cinco invitaciones”:
«(…) Recordé la ocasión en que conocí al gran psicoterapeuta humanista Carl Rogers, quien era abuelo de un buen amigo mío. Tiempo después estudié cintas en las que él aparecía trabajando con algunos sujetos, y noté que, aunque rara vez hablaba, escuchaba con tanta atención que extraía la verdad de sus pacientes como un bálsamo curativo. Algo que él escribió me ha acompañado siempre:
Antes de cada sesión, dedico un momento a recordar que soy un ser humano. Es imposible que la persona con la que voy a reunirme tenga una sola experiencia que yo no pueda compartir, algún temor que yo no pueda comprender y un sufrimiento que no pueda interesarme, porque yo también soy humano. Por profunda que sea su herida, no hace falta que se avergüence ante mí; yo soy vulnerable también, y con eso basta. Sea cual sea su historia, ya no es necesario que la guarde en secreto y esto le permitirá empezar a sanar.
Compartir nuestra historia nos ayuda a sanar (…) Escuchar sin juzgar es quizá la forma más sencilla y profunda de vincularnos; es un acto de amor.»[3]
Y a mí se me ocurre pensar en la desgastada metáfora de ver la vida como un río, como un continuo fluir de agua entre cantos, hojarascas y troncos. Y por esa suerte de evolución continua y cambios progresivos se plantea como algo lógico la impermanencia, es decir, el no poder convivir siempre con modelos institucionalizados per se.
Las Terapias de Tercera Generación en Psicología, basadas en constantes evidencias empíricas y sirviéndose también de modelos y formas de actuación de la Psicología más clásica (primera y segunda generación), buscan integrar así como responder a necesidades reales de personas que ya están cansadas de distancias, divanes y tarimas. Constituyen una opción para aquellos que demandan formas más empáticas de trabajar su mundo emocional. Personas que necesitan ser escuchadas de forma activa, sin artificios o separaciones incómodas.
Hubo un tiempo en el que creía que podías decir algo claramente y que la otra persona lo escucharía, lo digeriría y respondería. Parece que ya no creo en ello; puede que cualquier comunicación seria entre dos personas sea inútil, incluso aunque no se mienta, la gente sólo escucha lo que quiere escuchar, lo que es capaz de escuchar; lo cual a menudo tiene muy poco que ver con lo que se dice en realidad(…).[4]
Por mi propia experiencia creo que la terapia está indisolublemente unida al crecimiento íntimo y personal de cada terapeuta; y el puerto de la inflexibilidad, aquel que no aúna, esgrimiendo modos dogmáticos de proceder, no parece la dársena más indicada. Creo que es la conclusión a la que llega el psicoanalista Paul Weston en el trasfondo de su crisis personal y de su intimidad profesional.
La serie me ha gustado y me parece altamente recomendable, incluso para los legos en la materia. Eso sí, dad preferencia al disfrute e intentad dejar las expectativas lejos del alcance de la pequeña pantalla.
[1] In Treatment, Temporada 3. Cap.28: Adele
[2] In Treatment, Temporada 3. Cap.24: Adele
[3] Ostaseski, Frank. (2017). “El meollo del asunto” (cap.4). Las cinco invitaciones. Ed. Océano
[4] In Treatment, Temporada 3. Cap.28: Adele
Autora de esta entrada: ©Mar Cano Montil. Psicóloga. Máster en Terapias Contextuales y de Tercera Generación: Mindfulness, Bienestar Emocional y ACT. Niñxs Altamente Sensibles. Creadora del Programa PRINEP-M: «Programa de Inteligencia Emocional Plena adaptado a la Menopausia». Escritora a tiempo parcial (demasiado parcial ;)).
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