Podemos “elegir” aceptar aquello sobre lo que no tenemos control, porque a veces el dolor es inevitable, adaptativo, pero el sufrimiento -la interpretación subjetiva que hacemos de ese dolor-, es opcional.
Mientras la comparación y la competencia nos llevan al estrecho espacio psicológico de la carencia, la gratitud y la empatía nos transportan al amplio espacio de la abundancia. Jon Kabat-Zinn, «Mora en la Quietud»
El mindfulness -mente en plenitud o atención plena- es un frondoso árbol, con raíces en la meditación budista, creciendo con fuerza en Occidente. Hace un lustro se empezó a conocer en nuestro país de forma más pormenorizada y difundido por ambientes ligados al ámbito de la salud. Y razones no faltan. Existen multitud de estudios científicos que lo avalan como una práctica, continuada o de forma más esporádica, enormemente efectiva para aplacar el sufrimiento emocional. El mindfulness es, en especial, útil para aprender a lidiar con el estrés, aumentar el bienestar y las emociones positivas carentes en algunos estados depresivos, entre otros grandes caballos de batalla (o maldito talón de Aquiles) de una sociedad que, a través de la cultura ligada a la inmediatez, ha ido acarreando altas dosis de frustración y angustia.
El mindfulness está asociado a una serie de prácticas destinadas a entrenar nuestra mente para permanecer serenos, conectados en el Aquí-Ahora. Su ejercitación consiste en atender-focalizar la respiración, volver a ella y a sus sensaciones, una y otra vez, aunque nuestra mente esté atiborrada de pensamientos de urgencia, preocupación, malestar, etc. Resulta una práctica muy útil para ayudar a subir el tono vital en los procesos cognitivos ligados al pensamiento repetitivo y victimista que se observa en los estados depresivos.
Respecto al estrés, el mindfulness ayuda a regular los excesos de cortisol y adrenalina, hormonas responsables del malestar general que éste provoca. Postula que una mente relajada tendrá más probabilidades de salir de los «pensamientos automáticos» o del «piloto automático», que son aquellos que se repiten en nuestra mente, a modo de rumiación, y sin que nosotros ejerzamos un control consciente sobre ellos. El budismo usa una divertida metáfora para explicar los pensamientos automáticos, en cascada o descontrolados. Se imagina la mente como una selva llena de monos -los pensamientos- que van saltando de rama en rama. Llama «mente de mono» a un proceso cognitivo extraviado, a los restos que nada tienen que ver con nuestra tendencia natural de pensamiento.
Son muchas las personas que se han aventurado a hacer de esta experiencia una especie de panacea, y otros tantos lo imparten sin apenas conocimientos que avalen su divulgación. Se habla de la Amígdala, una parte del cerebro que sufre transformaciones importantes que redundan en nuestro bienestar y de cómo una práctica continuada puede conducirte a un hipotético paraíso donde… ¿vive uno solo?
Algo tan beneficioso como esta sencilla práctica, que no por sencilla es inmediata o ausente de un connatural e intrínseco aprendizaje, se ha desvirtuado en un mundo acostumbrado a responder a un marketing directo a las venas: rápido y sin dolor, como un glorioso chute de «o-d-e-s», o el llamado «cuarteto de la felicidad»: oxitocina, dopamina, endorfinas y serotonina. Y el mindfulness no es una «píldora del bienestar», tampoco es un método de relajación. El mindfulness es Meditación, pero entendida ésta no como una técnica, sino como una manera de ser (consciente).
La filosofía budista habla del mindfulness equiparándolo a un Guerrero, la meditación basada en atención plena es similar a su entrenamiento. Una mente en calma es más creativa y más capaz de afrontar batallas: las “luchas” que debemos acometer en nuestro día a día. Pero el Guerrero no podría desplegar su fuerza si no contara con un Corazón que le ayudara a hacerlo en la dirección adecuada y con la cantidad justa de energía. El Guerrero pone la fuerza (suma) y el Corazón le indica hacia donde debe dirigirla, para no aplastar toda la hierba a su paso.
Todo Guerrero necesita un Corazón Compasivo que le aporte (y pueda aportar a los demás) delicadeza y calidez.
Por tanto, la práctica del mindfulness no estaría completa (o no sería de calidad) sin el Corazón que ofrece la práctica basada en la autocompasión (MBSC), las Terapias centradas en la Compasión (CFT) y/o el Entrenamiento en el Cultivo de la Compasión (CCT). La Compasión juega un papel fundamental en la activación de nuestro sistema neurológico del bienestar ya que se cultivan sentimientos y actitudes como el cuidado, la amabilidad y la “simpatía” hacia el sufrimiento propio y ajeno.
Una de las definiciones más usadas en psicología para la Compasión es la de Goetz (2010) quien la define como «el sentimiento que surge al presenciar el sufrimiento de otro y que conlleva un deseo de ayudar». Otra definición muy similar para describir qué es la compasión es la de Paul Gilbert (2015): «La profunda conciencia del sufrimiento de uno mismo y del de otros seres, junto con el deseo de ayudar a evitarlo». Simón (2014) propone que los dos elementos clave de la compasión son, por un lado, la sensibilidad al sufrimiento de los otros y de uno mismo y, por otro, el compromiso de aliviar ese sufrimiento. La sensibilidad al sufrimiento está basada en la empatía, en comprehender lo que siente el otro, aunque lo definitorio de la compasión sea el deseo de aliviar el sufrimiento del otro. Por eso, como postula Gilbert (2009), la compasión es una motivación –no una emoción– que orienta la conducta humana. Esta definición es muy similar al concepto de la bodhichita descrita por el budismo.
Sin embargo, la Compasión, tal y como la hemos entendido hasta ahora, lleva asociadas una serie de etiquetas y prejuicios que dificultan su comprensión. El diccionario de la RAE define la compasión como el «sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias». En esta definición predomina el sentimiento de lástima, lo que implica una sensación de superioridad hacia la persona que sufre. Contiene, por tanto, una connotación negativa de sentir lástima como un estado emocional, sin ninguna implicación motivacional (en el sentido de ayudar al otro). En inglés, por el contrario, la definición de compassion nos conduce a un significado algo más amplio.
El concepto que existe en nuestro país sobre la Compasión es totalmente distinto al que se refiere la disciplina del mindfulness que habla de un «sentimiento limpio entre iguales». Tampoco coincide con el concepto mayoritario que encontramos en los países anglosajones. De hecho, en algunos puntos se siguen empleando otras palabras afines cuando tienen que traducir la palabra «compasión» de los títulos y libros existentes en la bibliografía del mindfulness, ya que este concepto sigue produciendo «rechazo» en la población hispanoparlante.
En España, salvo en los círculos clínicos, psicológicos y/o sanitarios donde ya se trabaja activamente, contamos con una serie de dificultades para entender las prácticas Autocompasivas y Compasivas:
- Se realizan asociaciones incorrectas con otros términos. Suele confundirse y asimilar la autocompasión con el hecho de autocompadecerse. Se percibe como algo más cercano al sentimiento victimista de sentir pena por uno mismo. Además, cuando en la autocompasión se habla del aspecto tan importante de «cuidar de uno mismo» se tachan como conductas y actitudes egoístas (sobre todo en el mundo femenino): nuestra sociedad solo nos inculca -y aboga por- el lado positivo que entraña el sacrificio de cuidar a otros.
- La semántica de los términos «compasión» y «autocompasión» los sitúa cercanos a sinónimos de debilidad. Se confunden también muy a menudo con autoestima, por tanto, se tiene miedo y aprensión a desarrollar patrones de personalidad narcisistas, ya que la autoestima plantea una motivación más dirigida hacia el ego y más competitiva.
- Son palabras que gozan de connotaciones inadecuadas porque las percibimos más cerca de sentimientos religiosos que terapéuticos propiamente dichos. Pensamos que la autocompasión, en lugar de fortalecer la consciencia de uno mismo, nos hará complacientes, por ejemplo.
- En determinados ámbitos, son palabras que se relacionan con un sentir gazmoño que alude a determinadas reglas de comportamiento. No se entienden como capacidades y/o procesos que integran diversos elementos de trabajo activo.
- En las prácticas compasivas se habla de “sufrimiento” propio y ajeno, y no queremos escuchar esta palabra porque nos despierta emociones negativas. También existe el peligro de reavivar recuerdos asociados a experiencias dolorosas (retraumatización) relacionadas con emociones placenteras o sentimientos de seguridad cuando otros nos han cuidado, pero nos han castigado por sentirnos bien.
Sin embargo, el abordaje terapéutico desde (y a través) de la Compasión se está implementando con fuerza debido a su efectividad y alto componente sanador. Dentro de la práctica tanto formal como informal del mindfulness, constituye el núcleo de una «sana intencionalidad» absolutamente necesaria para abordar el aspecto interpersonal del mindfulness. Sin este núcleo o corazón, esta disciplina milenaria estaría sujeta a un individualismo egoísta y carente de calidez.
Además, las terapias centradas en la compasión y autocompasión trabajan con los sentimientos de “bondad” y “humanidad compartida”, tan cruciales en una labor terapéutica. Resulta cardinal cultivarlas porque nos conectan con los sentimientos más saludables y genuinos de la empatía.
Otro aspecto muy importante en el abordaje terapéutico de las prácticas Compasivas es que forman parte indiscutible de todos los procesos que tienen que ver con la superación de las consecuencias negativas de la autocrítica destructiva, la culpa, la vergüenza y el victimismo; generando emociones más positivas y saludables en la vida diaria, así como una mayor autoaceptación, validación y reconocimiento de uno mismo y de sus experiencias.
Se ha comprobado a través de diversas investigaciones científicas que la práctica de la Compasión nos conduce a una mayor satisfacción vital, mejorando la relación que tenemos con nosotros mismos, ya que transforma el tono y el contenido de nuestra narrativa y diálogo interno. La Compasión, asimismo, aumenta la resiliencia emocional ejerciendo una influencia protectora sobre los factores estresantes y sobre las adversidades de la existencia. Al actuar sobre la sensación de aislamiento y neutralizar la aparición de sentimientos de soledad, anormalidad, desconexión y sinsentido vitales, es fundamental para lograr la calma y el bienestar que se necesitan a la hora de cimentar unos intercambios sociales sanos; así como para sentir una mayor conexión social aumentando las conductas de autocuidado.
Otro de los aspectos que hace tan valiosas estas terapias es que ayudan a desmontar progresivamente patrones cognitivos poco adaptativos como rumiación y pensamiento obsesivo, reduciendo los niveles de ansiedad y preocupación. Su importancia también radica en un trabajo más profundo y pormenorizado con emociones y sensaciones difíciles.
Por último, recomendamos la práctica del mindfulness solo en estados leves o poco severos de ansiedad y/o estrés, en depresiones de carácter exógeno o circunscritas a momentos muy concretos de la vida de la persona, como en las crisis vitales. El mindfulness -el Guerrero- (o las prácticas contemplativas) se está utilizando con gran éxito en protocolos e intervenciones MBSR (mindfulness basado en reducción de estrés) y MBCT (mindfulness basado en terapia cognitiva para la depresión).
Las prácticas Compasivas -el Corazón- se están aplicando en trauma, dolor crónico y patologías más severas; en suma, en aquellos procesos en los que el abordaje desde la experiencia sólo contemplativa (mindfulness) suponga un retroceso de nuestro trabajo psicológico, una retraumatización o un abandono de la “ventana de tolerancia” (rango de intensidad emocional que somos capaces de soportar) de la persona con la que estamos trabajando.
Autor de esta entrada: ©Mar Cano Montil. Psicóloga y Escritora de «Psicología Integrativa: Tu Espacio para Sanar».
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