La Primavera es una estación que se caracteriza por el movimiento y una mayor luminosidad. En la contracción de las fuerzas invernales, encuentra la primavera su energía de expansión y de crecimiento hacia arriba como las ramas de los árboles.
La teoría Wu Xing de la Medicina Tradicional China (MTC), asocia este aumento de actividad con el elemento Madera. Relaciona sus emociones básicas: ira, rabia, cólera o enfado con la energía o «chi vital» (Qi Ji) bloqueado del tándem orgánico Hígado-Vesícula, por algún suceso traumático, emociones no expresadas o por unos malos hábitos de vida (dietas inadecuadas, estrés, alcohol, etc.). El hígado es el órgano encargado de «limpiar impurezas», depurar toda la toxemia o detritus de nuestro sistema digestivo. Si algo no marcha bien, la energía que hace posible su saludable funcionamiento se estanca y se producen más fluidos de la cuenta, acidificando el organismo.
Si la Expansión, que es el movimiento de la madera, se ve obstaculizada, el hígado no podrá controlar la correcta circulación de energía (Qi Ji) en el organismo y aparecerá la enfermedad, por exceso o por defecto.
La humanidad conoce hace milenios la influencia de los humores sobre nuestro estado anímico. Por ejemplo, una bilis secretada (en exceso o por defecto) por una vesícula disfuncional o estancada, provoca un humor ácido e iracundo y conforma un temperamento «colérico». Un exceso/defecto de bilis es consecuencia de la cólera, y viceversa.
Los antiguos sabios chinos, tras observar el cielo, la tierra y cómo se relacionaban los cinco elementos que componen la Naturaleza, concluyeron que la evolución de los seres vivos en primavera corresponde al elemento madera y se caracteriza por el viento.
«(…) la primavera es una estación ventosa, pero el viento es suave y tibio. En esta estación diez mil árboles crecen y florecen. La naturaleza se recubre de color verde (Shu Wen)…».
Según la MTC, durante estos tres meses y hasta que llegue el verano, será el Hígado quien gobierne nuestra actividad. El tándem Hígado-Vesícula es el principal responsable de los movimientos energéticos de nuestro organismo. Y para que las funciones vitales se realicen como deben, es necesario que nuestro cuerpo disponga de suficiente energía y que ésta pueda circular libremente en todos los sentidos. En su aspecto psíquico, según los antiguos médicos chinos, el hígado es la morada del Huno: «alma inconsciente y etérea», que entra en el cuerpo después del nacimiento y sale de él después de la muerte para regresar al Cielo. Huno debe gobernar el sueño y el mundo de los sueños, así como el equilibrio emocional y la fluidez de las actividades mentales. A Huno le debemos la inspiración y el entusiasmo por la vida. Es fácil imaginar que cuando su energía está enferma o bloqueada, la depresión coja asiento en primera fila.
Pese a que nuestro Hígado es un órgano recio y dinámico, ante determinados desajustes e impactos emocionales se mostrará más débil o resultará dañado o bloqueado con mayor facilidad; sobre todo con aquellas emociones que se enquistan porque no las expresamos o no hacemos un correcto trabajo alquímico con los sentimientos vinculados a ellas.
Cualquier emoción reprimida perjudica al Hígado porque «lastima sus sentimientos» y engendra enfermedades. No debemos olvidar que el hígado es el principal laboratorio del cuerpo, tanto a nivel orgánico como emocional. Por eso, cuando limitamos o no expresamos nuestras emociones, el Hígado se «enoja» porque no le gusta la contención, y «su ira» arremeterá contra todo sin contemplaciones.
Según Ly Luan Dong: «el hígado corresponde a la madera: la madera ama la libertad, la satisfacción y la templanza. Cuando uno está colérico, el hígado pierde su armonía, se congestiona y provoca la enfermedad». Siguiendo a Ly Luan Dong, a mí me gusta imaginar un suave y aromático tronco fluyendo sin trabas por la corriente de un río: así debe ser la energía del tándem Hígado-Vesícula. Sin embargo, nos resulta difícil no ponernos a la defensiva cuando nuestro mundo emocional resulta amenazado. Como podéis ver, todas estas reflexiones enlazan con los sentimientos asociados a las reacciones alérgicas de las que hablamos hace muy poco. Todo en nuestro organismo está conectado, integrado y tiene un por qué y un para qué.
A lo largo de mi recorrido profesional, he trabajado muchas veces la ira.
Es una emoción constructiva cuando comenzamos a afirmar nuestra personalidad y a confrontarnos con el mundo. Algunos maestros espirituales hablan de la «noble ira» del adolescente. La rabia, la cólera o el enfado son manifestaciones positivas y necesarias cuando iniciamos el desarrollo de nuestro «Yo» como parte esencial de nuestra individualidad. De hecho, está presente en todas las etapas críticas de evolución en el niño hasta la llegada de la pubertad o adolescencia.
El doctor Bach, creador de las benéficas esencias florales que llevan su mismo nombre, coincidió con Rudolf Steiner respecto a las semillas latentes que encierra la ira (o un temperamento colérico) que evoluciona de manera apropiada y previsible. La «noble ira» transmutada es la antesala del amor, la clemencia y la bondad. Quien no se enfurece jamás por una injusticia, nunca sabrá que ese enfado contiene el germen del amor hacia todo lo que nos hace reaccionar de esa manera.
La ira noble, constructiva, es precursora de una voluntad aguerrida. Es la que nos motiva, produce cambios y mantiene a raya la apatía por la vida. Cuando la cólera se cronifica y carece de misión, cuando es producto de un ego endurecido, ávido de atenciones y halagos, se convierte en algo patológico que deberemos atender.
Ya en la juventud podemos afirmar que la ira, lejos de ser un noble sentimiento que nos ayude a moldear nuestro carácter y más allá de las lógicas fricciones humanas sin importancia, constituye un estado muy destructivo que puede causar graves problemas, desde romper lazos familiares hasta malos tratos, físicos y/o psicológicos, mantenidos en el tiempo. Las causas de esta emoción tan negativa no siempre están claras.
La cólera y los comportamientos agresivos son, la gran mayoría de las veces, máscaras del miedo y la depresión que a su vez se gestan en aquellas experiencias que van destruyendo nuestra confianza en el mundo.
Recuerdo una persona con la que trabajé hace tiempo. Un chico de treinta y siete años acudió a mi consulta porque ya no soportaba las consecuencias de sus comportamientos agresivos. En el fragor de sus enfados rompía todo lo que se le pusiera por delante. Era camarero de un bar muy conocido y frecuentado en su pueblo; su jefe ya le había amonestado unas cuantas veces por sus modales con los clientes, incluso, llegó a romper una tarjeta de crédito. Después de fijar unas cuantas pautas básicas: alimentación, retirada de alcohol/tabaco por un tiempo, fitoterapia para ayudar a limpiar hígado-vesícula y flores de Bach; comenzamos a «bucear» en su biografía. Varias veces se marchó a mitad de sesión, enfadado y dando un buen portazo. Al cabo de varias semanas, decidí incorporar la Terapia Artística, dado el gran bloqueo que sufrían las emociones de este paciente. Después de unas cuantas sesiones trabajando el color y los mandalas, él solo, con ayuda de las terapias, llegó a la causa principal de sus enfados: su madre había muerto —sus palabras textuales fueron que «le había dejado»— hacía poco más de un año de una enfermedad terminal. En sus momentos finales no quiso verla porque ni siquiera entendió el por qué de su enfermedad o por qué los había «abandonado» a él y a sus hermanos más pequeños. El enfado fue mudando a un claro sentimiento de pena y culpa por no haberse despedido de ella, por no haberle dicho cuánto la quería. Como habréis comprobado, detrás del enfado de este paciente se ocultaba una depresión exógena por duelo no asumido (o trabajado): la muerte de su madre le produjo tanto dolor que no quiso «admitirlo/aceptarlo» cuando sucedió. Su confianza se rompió y sus enfados eran una «tapadera» para no enfrentarse a ello. La agresividad y la cólera eran señales de su cuerpo y de su alma de que «algo» no andaba bien y de que debía plantarlo cara cuanto antes.
Lo más importante es hacernos cargo (responsabilizarnos) de nuestras emociones, no vivir de espaldas a ellas como si fueran algo ajeno a nosotros. Analizar nuestro dolor y sufrimiento al trasluz de la consciencia, es un primer paso para comenzar a superarlo.
El Acebo, Holly, es la flor de Bach más indicada para trabajar la ira y los comportamientos descontrolados que ésta provoca. El pasional y vivo rojo de sus bayas ayuda a canalizar la cólera y prepara su alquimia emocional. El refulgente verde de sus hojas espinosas tiene el poder de transmutar la furia en el noble sentimiento del Amor, en la brillante confianza y en la frescura y claridad de la aceptación. Agrimony (agrimonia) es para la rabia encubierta, no expresada y para aquellas personas que son víctimas de malos tratos. Chicory (achicoria) para el enfado que provoca el no poder manipular a los demás. Vine (vid) para las crisis de cólera que tienen como objetivo dominar y someter a los demás; está especialmente recomendada para las crisis de cólera que se acompañan de violencia verbal y física. Cherry Plum (cerasífera) está indicada en todos los accesos incontrolados de ira y en el miedo a «perder el control». Impatiens (impatiens) se recomienda cuando los enfados vienen motivados por ansiedad de anticipación, prisa y urgencia; el enfado es imprevisto y desaparece con rapidez.
Para ayudar a una personalidad violenta y colérica, antes es necesario sanar su miedo. La furia que provoca daño en los demás suele darse en personas que, en el fondo, están muy asustadas. Reaccionan así para «escupir» sus recelos, inseguridades y temores. Es una «armadura» que se calzan porque se sienten «atacados» por un entorno en el que desconfían profundamente. Solo cuando la persona se enfrente a sus miedos, grandes o pequeños, sin escudos y armaduras, se podrá trabajar en el siguiente escalón: iniciar el proceso de sanación de la ira patológica.
Autor de esta entrada: © Mar Cano. Psicóloga de «Tu Espacio para Sanar-Psicología Alternativa», Logopeda y Escritora.
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