En la entrada, «Ejercicios para despertar», hemos iniciado un tema: el estado de alerta o el de consciencia despierta, que nos gustaría retomar a lo largo de varias entradas en este blog de «Tu Espacio para Sanar». Insistimos en que no hemos inventado la rueda, sobre esta cuestión ya se han pronunciado religiones, tradiciones esotéricas y maestros espirituales. La novedad en nuestro enfoque radica en querer vincularlo con la Psicología y con la salud anímica.
Ya hemos comentado que la Psicología que propugnamos en «Tu Espacio para Sanar» es aquella que cree en la libertad de las personas, frente a otras que describen al hombre como una máquina o un animal. Sin embargo, los límites de esta libertad son muy estrechos y transcurren por veredas bastante denostadas. La libertad del ser humano, tal y como expuso Rudolf Steiner (1) en su magnífica obra «La Filosofía de la Libertad», nace y se desenvuelve en el ámbito del pensar. Este es uno de los espacios en los que vive y tiene experiencias una persona. Los otros son las emociones y la voluntad. A estos tres se contrapone la percepción del mundo exterior. Ni en la voluntad ni en el sentir (sentimientos y emociones) es libre el ser humano, tampoco en la percepción del mundo exterior.
En la voluntad no experimentamos libertad, ya que somos completamente inconscientes respecto a su origen y desarrollo. Por ejemplo: podemos alzar la mano en este momento y situarla ante nuestra mirada. ¿Cómo lo hemos hecho?, solo hemos formulado el deseo y, a continuación, movemos el brazo y la mano. Pero no somos conscientes de cómo se efectúa este movimiento. Esto se puede extender a cualquier actividad física que realicemos, incluida la fonación o articular las palabras al hablar.
Respecto a las emociones tampoco somos libres, solo podemos atestiguarlas. No las creamos a conformidad, se despliegan ante nosotros y las padecemos o las disfrutamos, según el color con el que estén teñidas.
Es en el pensar donde nace el germen de la libertad humana. Gracias a él podemos atemperar las emociones. Es importante hacer aquí la distinción del ámbito del pensar como un reino separado. Muchas personas hablan de «pensar» cuando en realidad se refieren al «sentir». La palabra demagogia, tan de moda hoy en boca de los políticos, se refiere a la intención de hacer «sentir» —en lugar de pensar—, a través de mensajes que apelan a emociones básicas. Así, nos sorprendería comprobar que no solo los políticos practican la demagogia con el prójimo.
Pero prosigamos el hilo de nuestro razonar: si el «pensar» es el estado donde verdaderamente podemos ser libres, ¿por qué lo usamos de forma tan equivocada?, ¿por qué nos enredamos en obsesiones y pensamientos asociativos con frecuencia? Como ya hemos expuesto, nos resulta muy difícil evitarlo. Y es aquí donde aparecen las experiencias de alerta o despertar, porque cuando conseguimos llegar a esta fase, podremos detener el torrente de pensamientos por unos instantes. Desarrollar esta capacidad equivale a incorporar una especie de «corta-circuito» o fusible a nuestra alma. Nos permite detener en seco lo que de otra manera podría acabar «descarrilando».
Pero el estado de alerta no es un fin en sí mismo. En este espacio de reflexión queremos distanciarnos de aquellas enseñanzas que persiguen suprimir el pensar. De un modo más o menos sutil lo van sustituyendo por la percepción acrecentada de vivencias del presente, de forma cada vez más habitual, según se vaya ejercitando esta capacidad. No nos queda más remedio que rechazar conceptos como: «el pasado quedó atrás, ya no existe» o «el futuro es una ilusión.», ergo sólo podemos tomar en cuenta el presente. El ser humano cuenta con las aptitudes de la memoria y de la imaginación. Con la memoria visitamos el pasado, con la imaginación, el futuro. Si bien es verdad que muchas neurosis se originan —o se refuerzan— desde pensamientos obsesivos relacionados con el pasado (experiencias traumáticas) o con el futuro (miedo a que se repitan), lo cierto es que ambas son dimensiones que nos pertenecen y definen, y a las que no deberíamos renunciar. Incluso, podemos aprender formas nuevas de relacionarnos con estas vivencias de «proyección temporal» de manera no patológica.
Respecto al presente y a experimentarlo en estado de alerta, lo consideramos una fuente indiscutible de fuerzas restauradoras y de sanación para la consciencia, el alma e, incluso, para el cuerpo.
Las experiencias de alerta o de despertar son estados muy gratificantes, auténticos momentos de gracia. La percepción del entorno se acentúa de forma muy notable y uno tiene la sensación de que acaba de nacer al mundo. Los colores se multiplican en miles de tonalidades, los sonidos se perciben con una riqueza inusitada… y el pensamiento se detiene. Podemos permanecer así unos instantes, unos minutos, e incluso, horas. Pero no podemos continuar indefinidamente en él, no tenemos la capacidad para hacerlo. En el momento que abandonamos este estado, por así decirlo, nos «dormimos» y volvemos a nuestro estado usual que, lo queramos o no, es el que nos define. Sería una meta fútil y frustrante que deseáramos cambiarlo de modo permanente, aunque sí podemos perfeccionarlo, hacerlo más humano y saludable. Y la mejor manera de conseguir este objetivo es que aprendamos a parar el flujo de pensamientos y emociones de vez en cuando, igual que usamos el freno de mano en el coche cuando se desliza cuesta abajo.
Sin embargo, para aprender a parar o detenernos, es necesario que desarrollemos otra habilidad: recordarse a uno mismo. Hablaremos de ello en la próxima entrada.
(1) Rudolf Steiner (1861-1925). Filósofo y erudito austriaco. Su principal contribución fue la creación de la Antroposofía y del movimiento antroposófico. Una corriente filosófico-espiritual, que sintetiza las propuestas de las principales escuelas anteriores (oriente y occidente), y que trae fuerzas renovadas a la humanidad en la época en la que nos encontramos, la etapa del alma consciente. En su libro, «La filosofía de la libertad» (1894), ausente, de forma extraña, entre las grandes obras filosóficas de su época, Steiner desarrolla una nueva teoría de la realidad. Compuesta tanto por los objetos «reales», los que percibimos con los sentidos ordinarios, como por una contrapartida espiritual que es directamente accesible (perceptible) a través de un pensar desarrollado y sensible hacia esta otra faceta de la existencia.
Autor de este artículo: JuanC.
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