«Vivimos un presente en el que la supresión de lo femenino ha sido asumida incluso por la mayoría de las mujeres. El sagrado principio femenino, al quedar reprimido, es sentido por muchas mujeres como dolor emocional, (…) el dolor acumulado que han sufrido las mujeres durante milenios (…)» Eckhart Tolle (2014). Un nuevo mundo, ahora. En Debols!llo (Ed.), El cuerpo-dolor (139- 141).
Las mujeres, por regla general y también debido a la presión social, nos generamos un alto nivel de exigencias. Es como si tuviéramos un “programa” que nos incentivara a demostrar cada día que “tenemos que ser más en todo”: nos obligamos a conciliar el trabajo dentro y fuera de casa y estamos sometidas a un alto nivel de esclavitud social respecto a nuestro aspecto físico (más guapas, más delgadas, etc.). Como consecuencia, poseemos una marcada tendencia a maltratar nuestros cuerpos, factor también impulsado por un sistema de salud que continúa sesgando el género en su atención.
Carme Valls, una endocrinóloga y activista por los derechos de la mujer, habla del concepto de la Medicina Androcéntrica: «Con la posesión de la tierra, los hombres querían la certeza de que los hijos fueran suyos y encerraron a las mujeres». El discurso androcéntrico de la medicina fundamenta la existencia del fenómeno del sesgo de género en la praxis clínica, definido como la prestación de asistencia médica de forma inapropiadamente distinta o similar –en base a la evidencia científica disponible– a mujeres y hombres.
Carme aboga por una sanidad con perspectiva de género, llevando consciencia a este tema y empezando por nosotras mismas a la hora de combatir los sesgos de género en la salud. Debemos recuperar el control sobre nuestro cuerpo para manejarlo e integrarlo en nuestra experiencia con naturalidad, sin imposiciones externas, modelos o cánones estereotipados, por tres razones fundamentales:
👉🏼 Porque la fisiología y las cargas de hombres y mujeres son distintas en la sociedad que hemos creado.
👉🏼 Porque el sistema de salud, que aún arrastra tics patriarcales, ningunea o despacha con psicofármacos el malestar y el cansancio femeninos. Recetan un ansiolítico en lugar de prestar atención a las condiciones de vida y de trabajo. En toda “relación de poder” existe un principio soterrado pero evidente de violencia, y la relación sanitaria entre médico-hombre y enferma-mujer no está libre de ello. Por ejemplo, la falta de tiempo en la atención es violencia.
👉🏼Porque la medicina androcéntrica es también irremediablemente iatrogénica e inocula grandes dosis de violencia estructural; como en los embarazos malogrados y en las muertes prematuras de los bebés, donde la desinformación, el abuso de poder y la violencia obstétrica y sexual sigue ejerciéndose de forma protocolaria y regularizada.
👉🏼Porque las mujeres llevamos siglos “luchando” contra nosotras mismas, maltratando nuestros cuerpos en virtud del principio vertical masculino o de una sociedad patriarcal que nos “programa” y educa desde pequeñas a estar siempre “guapas y perfectas”. Esto nos va generando una cada vez más marcada ansiedad que se comienza a evidenciar, sobre todo, en la adolescencia (*)
Lola Pavón, psicóloga general sanitaria y especializada en duelo perinatal, nos deja el siguiente testimonio en “Pérdidas y duelos clandestinos. Manejo expectante en la muerte de mi primera hija.” (marzo, 2020):
«(…) No quiero ser clandestina (…) Sentí una conexión que estaba por encima de mí, algo que nos unía a todas a través de los tiempos, algo que me dio mucha fuerza. Pensé también que no todas habrían podido decidir, pensé que no todas habrían sido respetadas. Por eso las mujeres nos tenemos que contar, para que unas nos demos fuerzas a las otras. (…) Estas historias y estos procesos que vivimos todas las mujeres, cada una a su manera, suele ser algo que se cuenta poco. Los vivimos, sin saberlo, en la clandestinidad. Ni siquiera sabemos que de eso se puede hablar. Sin embargo, a todas nos pasan cosas muy similares. (…) Quiero ayudar a las mujeres contando mi historia, para que conozcan esta opción, para que sus decisiones sean informadas y puedan defender sus derechos frente a la desinformación, el abuso de poder y la violencia obstétrica y sexual (medicina androcéntrica). Como decía Virginia Woolf “una feminista es cualquier mujer que dice la verdad sobre su vida”.
Estos valiosos testimonios no hacen más que evidenciar que vivimos disociadas de nuestros cuerposY porque, en el fondo, seguimos creyendo que debemos competir- disimular-esconder lo que nos sucede, lo que sentimos y lo que verdaderamente querríamos hacer en un mundo aún vertical, masculino, y en muchos casos todavía hecho a la medida de los hombres. Intentamos igualar nuestros cuerpos y su energía en lugar de llamar a cada etapa por su verdadero nombre.
Sentimos vergüenza de nuestra menarquia, como si sangrar fuera una declaración de guerra. Sacrificamos el tiempo de crianza de nuestros hijos por miedo a perder nuestro trabajo o nuestras oportunidades de desarrollo profesional. Pensamos que la menopausia no va con nosotras porque nos entristece la impotencia que nos genera el no saber manejar todos los cambios que sufrimos, y porque nos enfada el creer y estar convencidas de que nuestra ciclicidad femenina llega a su fin. Nuestro recorrido psicosociocultural imprime y graba a fuego esta etapa como una enfermedad, se empeñan en ver y mostrarnos un conjunto de síntomas que debemos combatir. A este respecto, incluso con mujeres cada vez más expertas y especializadas en el tema, también la medicina sigue siendo androcéntrica y cometiendo constantes actos de iatrogenia.
Crecemos en un mundo que nos educa en lo mental, que vive en el cerebro. Pero somos una integridad, un conjunto de partes inseparables e interconectadas. Estamos inmersas en luchas de control y poder aparentemente equivocadas, ya que, en el fondo, y quizás de forma inconsciente, deseamos quitar el “cetro” a los hombres. Queremos el mismo modelo masculino, en lugar de comenzar a construir nuestro propio modelo integrador, carente de la violencia y agresividad que predomina en el actual.
(*) Por ejemplo, un trastorno tan grave como la anorexia nerviosa ya nos empieza a dar pistas de que vivimos disociadas de nuestro cuerpo, de que estamos perdidas tanto a nivel personal, como familiar y social: “mi modelo, o lo que yo quiero ser, choca con el que ‘me han dicho’ -inoculado- que tengo que seguir.” Los primeros pasos hacia la anorexia pueden empezar cuando una adolescente va a comprar ropa y no encuentra su talla.
Autora de esta entrada: ©Mar Cano Montil. Psicóloga. Máster en Terapias de Tercera Generación: Mindfulness, Terapias Centradas en Compasión (CFT), Bienestar Emocional y Neurosensibilidad (PAS, NAS, MAS). Creadora del PRINEP-M2: «Programa de Regulación Emocional Basado en Mindfulness para Mujeres Maduras». Escritora a tiempo parcial (demasiado parcial ;)).
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